Con un clima cada vez más caliente y seco, quienes venden en el casco central de la ciudad sufren enfermedades y pérdidas económicas invisibles para las autoridades. No existen políticas públicas específicas que las incluyan y atiendan
Por Francisco Rincón
Fotos: Francisco Rincón
Los gritos son incesantes. Muchos de los rostros de quienes caminan lucen brillantes y sofocados. La temporada de regreso a clases en septiembre de 2024 no es buena y a cada cliente se le trata como al más importante.
Ana Palmar, una mujer wayuu del clan pushaina, amamanta a su bebé sentada en un mueble rodeada de cientos de pares de cotizas (un tipo de calzado ligero). A su lado hay un pequeño ventilador del que no sale viento, sino fuego. El reloj marca poco más del mediodía y el casco central de Maracaibo, en el estado Zulia, es un hervidero. La temperatura es de 34 °C, pero la sensación de calor supera los 42 °C.
— ¿Qué precio tienen esas cotizas de tiburón y tiene talla 30?—, le pregunta una pareja a Ana.
Ella apenas los escucha. Con una toalla blanca trata de cubrirse el seno y a su bebé de un año, a quien alimenta cada dos horas. En fracción de segundos se siente la tensión de los clientes quienes quieren que los atiendan rápido para irse.
—¡Estoy full!
—Tengo a la bebé y no sé si hay talla de ese modelo—, dice en voz alta en busca de ayuda.
Mientras sus compañeros llegan, carga a la bebé, le da el precio a los clientes y trata de encontrar, como puede, las cotizas que le piden.
—Una es mamá y trabajadora.
— Aquí la baño, visto, juego, cuido, le doy las medicinas y la comida mientras vendo, acomodo, hago la contabilidad y limpio.
— El calor, el llanto… Me siento estresada, pero sobrevivo. Es muy fuerte —, cuenta Ana.
Pero el calor es lo que más la afecta a diario.
—Este ha sido el año más caliente, el peor de todos—, dice.
Su cuerpo y su mente no mienten. El calor es un asesino silencioso que amenaza la salud y la vida de un número creciente de trabajadores en todo el mundo, asegura el informe “Heat at work: Implications for safety and health” publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a mediados de 2024.
Los nuevos datos revelan que regiones que antes no estaban acostumbradas al calor extremo enfrentarán mayores riesgos y los trabajadores en climas ya calurosos condiciones cada vez más peligrosas, como en Europa y Asia Central y América.
Los grupos más vulnerables de personas trabajadoras afectadas por este riesgo son las que trabajan al aire libre, en actividades físicamente exigentes y en ambientes interiores calurosos que carecen de condiciones de ventilación y climatización adecuadas. Ana es una de ellas.
Se calienta como un horno
El casco central de Maracaibo es el foco de todas estas poblaciones y riesgos.
La ciudad es la segunda más poblada de Venezuela y su clima está marcado en la categoría “extremo” en el Reporte de Escenarios Climáticos del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) donde se proyecta que el número de días con más de 35 °C se incrementará progresivamente, de 62 a 344 días, a partir de 2030.
Además, la cuenca de Maracaibo es la región suramericana que más se ha calentado y secado desde 1971, según un estudio publicado en Communications Earth & Environment.
Sindicalistas estiman que en el casco central de Maracaibo laboran entre 5 mil y 7 mil trabajadores informales, aunque es un sector que crece cada año como una “muleta económica” ante la crisis venezolana y la ausencia de políticas públicas que incentiven o garanticen la formalización.
Más de la mitad son indígenas, principalmente de las etnias wayuu, añú y yukpas, y, en su mayoría, mujeres, muchas de ellas que se ven en la necesidad de salir de sus comunidades originarias en otros municipios, en búsqueda de oportunidades laborales en la capital del estado Zulia para intentar subsistir; mitigar la vulneración de sus derechos económicos, sociales y culturales, y problemas ambientales como la sequía.
En este epicentro del comercio en el occidente venezolano convergen trabajadoras de la limpieza, compraventa de divisas, cocineras, meseras, vendedoras de plátanos, queso, víveres, artesanía, verduras, frutas, ropa, calzado, bebidas, chucherías, comida, medicinas y artículos para el hogar.
Informalidad y vulnerabilidad
En la calle hay muchas franelas sudadas. Con tantos vehículos alrededor y con tan pocos árboles, hace más calor.
Trabajadoras y trabajadores intentan protegerse del sol haciendo techos con mallas de polisombra y bolsas negras. A menudo se les ve con gorros, sombreros, gorras, mantas, pedazos de cartón, chaquetas y franelas o camisas mangas largas, aunque muchas de ellas son de tela sintética y colores oscuros que absorben más calor.
Vladimir León, secretario general del Sindicato de Trabajadores Independientes del estado Zulia, señala que laboran en condiciones muy adversas para lo que aspiran y la informalidad los hace más vulnerables. “Como no tenemos seguridad jurídica es muy difícil invertir para cuidarnos. Si no tenemos permiso cómo vamos a poner un buen techo para cubrirnos del sol si en cualquier momento pueden llegar a quitarnos. No hay voluntad política para escucharnos y construir soluciones juntos”.
El calor excesivo afecta la salud física y mental de las trabajadoras. Aunque admiten que lo necesitan, casi ninguna puede comprar protector solar ni lentes de sol para intentar disminuir los daños a la retina por la radiación ultravioleta.
Sheila Blasco, médico cirujano especialista en salud ocupacional titular de la Sociedad Venezolana de Medicina del Trabajo y Salud Ocupacional (Sovemetso), reitera que el cambio climático baja la productividad e impacta dramáticamente en la salud de las y los trabajadores.
En este sector son muy frecuentes las enfermedades renales, dermatológicas, bajas de tensión, accidentes cerebro vascular, infartos, insolación, discapacidades visuales, cáncer de piel, golpes de calor, desmayos, resequedad en la piel y mucosas, y no existe un plan o servicio de atención médica específica.
Impactos diferenciados
No es un detalle menor. En el casco central de Maracaibo los horarios de trabajo promedio del sector informal se extienden por más de 12 horas diarias y algunos trabajadores apenas ganan entre 5 dólares y 10 dólares.
“Llegan muertos a la casa y sienten que ya no rinden como antes. El calor los deshidrata y cuando sudan pierden los electrolitos que tanto necesitan. Muchos ni siquiera tienen cinco minutos para refrescarse, tomar agua o estirarse. Sólo paran cuando sienten que no aguantan más”, resalta Blasco.
En el caso de las mujeres embarazadas -que con frecuencia cargan la mercancía, aguantan las ganas de orinar y pasan mucho tiempo paradas- están más propensas a sufrir infecciones urinarias, subidas de tensión, sangrados, amenazas de aborto o parto prematuro.
Además, la exposición a los contaminantes del aire pueden afectar al feto y la piel de las madres que amamantan a sus hijos.
Los días más calurosos igual tienen que trabajar, aunque algunas personas como las que cuidan estacionamientos tengan que soportar el calor que emana del pavimento que se calienta a más de 70 °C. Ni siquiera cuando usan dos pares de medias, eso evita que sus pies terminen “sancochados”.
Cuerpo y mente recalentada
La temperatura corporal media es de entre 35.7 y 37.3 grados, aunque cada persona es diferente y hay factores que pueden afectarla, como la edad, el tipo de cuerpo, la dieta, enfermedades y la hora del día. Entre más caliente y más húmedo, más sudor se transpira, y esto incrementa el riesgo de deshidratación. En situaciones de calor extremo el organismo comienza a luchar para poder enfriarse.
Si el cuerpo se calienta hasta los 39º C-40º C, el cerebro le dice a los músculos que trabajen menos y comenzamos a sentir fatiga. Entre los 40º C y los 41º C se produce el agotamiento por calor y por sobre los 41º C el cuerpo comienza a dejar de funcionar, se ven afectados procesos químicos, las células dentro del cuerpo se deterioran y hay riesgo de que fallen múltiples órganos.
En estos ambientes la hidratación es clave; sin embargo, los trabajadores informales del casco central de Maracaibo consumen en promedio menos de un litro de agua durante su jornada laboral por sus dinámicas y ocupaciones, de acuerdo a estimaciones de sindicalistas. Además, el agua que consumen puede carecer de minerales esenciales y, en ocasiones, las botellas de plástico están expuestas al sol que las calienta y se pueden liberar sustancias químicas nocivas.
Poco a poco, invisibles para las autoridades y la opinión pública, los trabajadores han enfermando. Contra su voluntad -por el desplome de sus ingresos-, se han visto obligados a reducir jornadas laborales o a seguir trabajando físicamente limitados.
Una de ellas es Mercedes*, quien vende ropa desde hace más de 30 años en el centro comercial San Felipe y que hasta el 2024 era sana, pero con la exposición al calor excesivo comenzó a sufrir -según dijo- dolores de cabeza, mareos, sudoración, desvanecimiento y pérdida de la concentración.
Las trabajadoras también sienten angustia, estrés, ansiedad, preocupación y cambios de humor. Pocas veces, o nunca, la dinámica de su trabajo les permite un momento de relajación.
A Mariana Gonzalez, una adolescente wayuu de 16 años, el humo del asadero donde cocina chivo le irrita la vista y sufre dolores de cabeza constantemente. Sin un ambiente ni condiciones adecuadas que le garanticen el más alto grado posible de salud física y mental, como lo establece la ley, es mucho más vulnerable. “Así nos sintamos mal tenemos que trabajar por necesidad. Por lo menos aquí tenemos el pan de cada día”.
Crisis invisible
Lo que comen, admiten, tampoco es la mejor opción. Los alimentos y bebidas más consumidos para desayunar, almorzar, cenar o merendar, son frituras, carbohidratos, comidas en coco, gaseosas, bebidas energizantes, jugos con alto contenido en azúcar y nestea.
“El cuerpo tiene que aumentar su metabolismo para eliminar la grasa. Eso implica un aumento de la temperatura corporal. Sube la tensión, el organismo trabaja forzado, aumenta la frecuencia cardíaca y se acelera la respiración. Las bebidas se transforman en su peor enemigo porque son más azúcares para el cuerpo que en exceso dañan las células y pueden producir mareos o hasta un colapso. Cuando vienes a ver los órganos ya están dañados”, señala la titular de la Sociedad Venezolana de Medicina del Trabajo y Salud Ocupacional.
Aunado a los estragos a la salud, las altas temperaturas generan pérdidas económicas al dañarse o marchitarse las frutas, flores o verduras, y alejan a los clientes que prefieren lugares con aire acondicionado.
Aun así, las trabajadoras siguen ahí.
Auxilio
Vladimir León lamenta que en ningún momento funcionarios de las instituciones públicas municipales, regionales o nacionales se acercaran para transmitirles alguna alerta meteorológica para que puedan adoptar medidas de protección.
El meteorólogo Oniel Castellanos es de los pocos que publican a diario información local sobre las previsiones del tiempo en Maracaibo. Utiliza sus redes sociales como un canal directo para comunicar la temperatura, la sensación térmica, el índice ultravioleta y recomendaciones para cuidarse, con la intención de que la ciudadanía pueda informarse.
Sin embargo, insiste en que “deberían existir programas informativos y estrategias específicas para este sector orientadas, por ejemplo, a cómo debe ser la vestimenta adecuada, cómo adecuar sus espacios de trabajo y cuál será la temperatura que se espera durante el día”.
Para la doctora Blasco, “los gobiernos tienen que actuar ya, son vidas que importan. Cuando se enferman deben ir a un hospital público y eso implica mayor gasto para el Estado, disminución de la productividad, aumento de la morbilidad y mortalidad”.
La tarde que Ana Palmar sintió las contracciones trabajaba en su puesto, como casi siempre. Ella vive al oeste de Maracaibo, a unos 10 kilómetros aproximadamente del casco central.“Las instituciones deberían hablar sobre estos temas. Lo tratan a la ligera, pero no es así”. Ahora que lo recuerda, también sufrió preeclampsia, dice en voz baja mientras señala las cotizas que están cerca del techo que no se venden porque el calor redujo su tamaño y las puso amarillentas.
Venezuela sigue perdiendo ingresos económicos y capacidad laboral por exposición al calor, como ya lo reveló en 2023 The Lancet Countdown en su informe sobre salud y cambio climático. Las y los trabajadores sufren a diario las consecuencias con la incertidumbre de no saber qué sucede a ciencia cierta. Quieren que se les escuche, ser tomadas en cuenta. Cada día les pesa más ser tratadas como el último eslabón de una cadena que sigue sin respuestas.
*Algunos nombres fueron cambiados para resguardar la identidad de las personas.
Este trabajo forma parte del ciclo de participación de un grupo de periodistas becarios dentro del proyecto que adelanta Clima 21: “Caminos hacia la resiliencia climática”, el cual busca incidir con acciones urgentes en las políticas públicas nacionales para la protección de las poblaciones más vulnerables al cambio climático.