Tomado de Cinco8
Por: Sabina Caula
24 de abril de 2020
Leo innumerables críticas hacia la población china en las redes sociales. Los culpamos del Covid-19, los condenamos porque tienen mercados de fauna viva, se comen a los gatos y a los perros, son crueles con los animales. También le damos una connotación política a ese odio y culpamos al comunismo de lo que ha pasado. De modo que tenemos la excusa perfecta para desatar nuestra xenofobia, nuestro racismo, nuestros clichés políticos, en fin, todos nuestros miedos. Curiosamente, no nos vemos reflejados en ese espejo. En realidad, ¿somos tan distintos de los chinos?
La condición omnívora, oportunista y generalista de nuestra especie, entre otras características, nos ha ayudado a ser exitosos en términos evolutivos y a reproducirnos de forma desmedida, y ha hecho que nos comamos todo, que acabemos con todo, por lo que el planeta ya no soporta la carga que representamos los Homo sapiens. La degradación, reducción y fragmentación de hábitats, principalmente para uso agrícola y urbano, así como la extracción y sobreexplotación de recursos mineros, florísticos y faunísticos, a través de la caza indiscriminada en cualquiera de sus formas (subsistencia, comercio, de carácter legal o ilegal y deportiva), han traído como consecuencia la extinción o la reducción a niveles críticos, de muchas poblaciones de especies de fauna y flora, no solo en China, sino en todo el mundo.
De hecho, los seres humanos hemos liderado la sexta extinción masiva de especies del planeta, la cual vienen anunciando los científicos desde hace ya muchos años. En 2014, el ecólogo mexicano Rodolfo Dirzo de la Universidad de Stanford, en una analogía con el concepto de deforestación, se refería a este proceso con la expresión “defaunación del antropoceno”.
Pero el problema no es solo la reducción de especies y de individuos que causa el impacto de la actividad humana, sino el modo en que rompemos las redes tróficas de las que forman parte todas las especies y nos ponemos, nosotros también, en peligro.
Traficar fauna es importar enfermedades
A los animales domésticos se los vacuna regularmente y hay un sistema sanitario que los controla, y aún así pueden transmitir enfermedades, como la gripe aviar (detectada en Hong Kong) y la gripe porcina (probablemente originada en Canadá), entre muchas otras. Basta entrar a cualquier portal de veterinaria para ilustrarse sobre ellas.
Mucho más complicada es la situación con los animales silvestres, portadores de microorganismos que pueden ser patógenos, pues causan enfermedades en la especie que los porta y también pueden ser transmitidos a otras especies animales, como la nuestra. Cuando se los atrapa y se los saca de sus hábitats naturales, y se los lleva a mercados, legales e ilegales, donde los venden como mascotas, alimentos o para medicinas tradicionales, los animales no solo son sometidos a condiciones terribles durante su captura, transporte y venta que se traduce en lesiones, gran sufrimiento y alta mortalidad, sino que se contagian enfermedades entre sí, y a las personas que tienen contacto con ellos en la cadena que va desde el cazador hasta el consumidor en un mercado como el de Wuhan (o como el de San Fernando de Apure).
«Las transacciones del tráfico de fauna silvestre ponen en contacto directo a los humanos y a los animales sin que medie el control sanitario que sí existe con las especies domesticadas.»
Así, la diseminación de enfermedades zoonóticas —patógenos que pasan de las especies en las que han evolucionado hacia nuevas especies huésped— se intensifica, y mucho más con la ayuda de la destrucción de hábitats y el cambio climático.
El Covid-19 es solo un ejemplo de un tipo de patógeno proveniente del contacto de los humanos con animales silvestres, como lo son el VIH originado en Camerún (que viene de los chimpancés), el SARS en Cantón, China (que viene de pequeños mamíferos) y el Ébola en Sudán y el Congo (portado por murciélagos frugívoros), entre otros.
El tercer negocio ilícito más rentable del mundo
¿Cuál es el problema principal? Según la ONU, el comercio de fauna silvestre es el tercer negocio ilícito más rentable en el mundo y deja beneficios de alrededor de 23 millones de dólares al año. Los 17 países megadiversos, que cuentan con el 70 % de la biodiversidad mundial —Brasil, México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Australia, Suráfrica, entre otros— son los más saqueados, mientras que los destinos más frecuentes para esos animales son las naciones desarrolladas. Alrededor del 15 % de los animales silvestres que se trafican en el mundo provienen de Brasil, y la realidad no es diferente en Colombia, Ecuador, Perú o Venezuela. En México cada año se venden millones de especímenes de plantas y animales, así como sus productos, en una industria que deja, a quienes trafican, ganancias de hasta 10 millones de dólares. De ahí, los numerosos asesinatos de los ambientalistas en ese país.
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), Traffic y el International Fund for Animal Welfare (IFAW) crearon la Coalición para Acabar con el Tráfico de Fauna Silvestre en Internet. Esta iniciativa reúne a 34 empresas entre las que están Google, eBay y Facebook. En su último reporte, se revela que este grupo ha removido o bloqueado de sus plataformas 3.335.381 anuncios de especies amenazadas, durante sus dos años de funcionamiento. Basta con que un animal se ponga de moda en el mundo, para que inmediatamente disminuyan sus poblaciones en todo el planeta.
Esto es una de las razones de peso por la cual tantas especies están en peligro de extinción. El tráfico de vida silvestre constituye un delito en la legislación ambiental de varios países y en leyes y tratados nacionales e internacionales. Sin embargo, las penas son irrisorias, por lo que el crimen organizado asume ese riesgo menor, en comparación, por ejemplo, con el tráfico de drogas o de armas.
La pobreza también atenta contra la biodiversidad
Venezuela, que ocupa el séptimo lugar dentro de los países con mayor biodiversidad del mundo, la cuarta posición con más especies de peces de agua dulce, la quinta posición en número de especies aves, la séptima posición en especies de plantas vasculares, la novena posición mundial en anfibios, y además figura entre los países con más especies de mariposas, somete a su fauna silvestre a un nuevo desafío que se suma al tráfico ilegal de biodiversidad, la deforestación, los derrames de petróleo y la contaminación por la minería ilegal: el hambre de los habitantes del país.
Aunque la normativa legal venezolana en materia ambiental es una de las mejores en el mundo, la pobreza ha atrapado a más del 80 % de la población y la gente busca todo tipo de entradas económicas y alimentos en donde sea. Esto incluye un aumento del tráfico y consumo de animales silvestres como el flamenco del Caribe, varias especies de tortugas marinas, tiburones y delfines, toninas, lapas y venados, entre otros.
Según la desaparecida Dirección General de Vigilancia y Control del antiguo Ministerio del Poder Popular para el Ambiente, las especies más traficadas en Venezuela son las aves: loros, guacamayas, turpiales y cardenales. Luego están los mamíferos como los monos, y en tercer lugar, los reptiles, entre los cuales las serpientes tragavenado son las predilectas. Como todos tienen la particularidad de poder tenerse en los hogares como mascotas, se pueden comercializar. En la costa, también se atrapan y trafican como manjares muchos peces tropicales, langostas y caracoles.
La situación en nuestro país es gravísima. En una investigación sobre los usos ilegales de vida silvestre en Venezuela, se calcula que se trafican individuos de 404 especies distintas y que desde 1969 hasta 2014 se extrajeron de su ambiente natural 8.340.921 animales silvestres, a un ritmo promedio de 185.354 individuos por año. Las aves fueron el grupo afectado más rico en especies (248), seguido por los mamíferos (93); pero los reptiles (58 especies) tuvieron las más altas tasas de extracción de individuos en promedio (174.572 individuos por año). Un ave exótica puede venderse hasta en 400 dólares en Europa. Respecto a la flora, hay una extracción de vegetación muy valiosa desde el punto de vista ecológico: musgos, líquenes y barba de palo, las orquídeas y bromelias.
Pero en un país donde no hay presencia del Estado más que para reprimir, donde el salario mínimo alcanza para comprar un cartón de huevos y el desempleo se estima entre el 30 % y el 40 %, es difícil endurecer demasiado las medidas con los que trafican o comen animales silvestres para sobrevivir. En efecto, la pobreza también atenta contra la biodiversidad.
Lo anterior evidencia que los chinos no son muy diferentes al resto de la gente que habita el planeta. Todos los humanos tenemos responsabilidades en la crisis que vivimos. Y en este momento en especial es muy necesario educar para que la gente sepa que no hay que tener animales silvestres en casa, ni participar en el mercado de compra y venta de vida silvestre, y también exigir a los gobiernos penar y combatir ese tráfico.