De acuerdo a los expertos, en ninguna de las zonas costeras de la región existe un plan de prevención de control de riesgos, resiliencia y mitigación. Cuando ocurren inundaciones, las mujeres afectadas montan tarantines para salvar sus enseres y si las lluvias azotan la faena en el mar, entonces prestan servicios turísticos y como vendedoras.
@Joannelópezch
Magdalena, una de las tantas mujeres en Venezuela que viven a orillas del mar, no concibe su existencia sin el sonido de las olas y del viento marino.
Vive en Falcón, al noroccidente de Venezuela, donde se ha desarrollado la comunidad turística y pesquera llamada Chichiriviche, ubicada al oriente de la entidad, en el municipio Monseñor Iturriza.
En ese espacio, ella cuenta que ha tenido lo suficiente para vivir. “Los hombres van a la costa y vuelven con pescado y otros productos para la venta y el consumo en casa. Sin embargo, desde hace algún tiempo se hace más frecuente que nuestros maridos tengan que ir mar adentro para obtener comida fresca, a más de 30 millas de la costa. Esa faena la hacen siempre y cuando el combustible se los permita. En un viaje pueden gastar más de 120 litros de gasolina”.
El calentamiento de las aguas los obliga a ir mar adentro, por la poca producción de peces. Esto implica riesgo, por el desconocimiento de las zonas y porque las embarcaciones no están aptas para la fuerza del agua. Mientras las mujeres se dedican a las labores administrativas de las asociaciones pesqueras, al hogar y a la prestación de servicios turísticos.
La mayoría de las embarcaciones registradas en los Consejos nacionales de pescadores y pescadoras artesanales socialistas (Conppas) en Venezuela, recibe combustible subsidiado y cada semana, para optar a este beneficio en el caso de la costa falconiana, deben dejar, a modo de intercambio por el combustible, seis kilos de pescado semanales al Instituto Socialista de la Pesca y Acuicultura (Insopesca). Pero ese es el menor de los problemas.
Una extensa línea costera, sin plan de mitigación
De acuerdo con la Red de Mujeres de Autoridades Marítimas – Red MAMLa, Venezuela posee una costa marítima que equivale a una extensión total de 5.500 kilómetros lineales, de los cuales 3.750 km corresponden a costas en el Caribe.
Falcón comparte límites no solo con el Mar Caribe sino también con el Golfo de Venezuela y cuenta con 29 % de esa superficie al medir su línea litoral 1.082,6 km con 14 municipios costeros según lo certifica el Ministerio de Ecosocialismo.
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En el municipio Monseñor Iturriza, existen siete Consejos Nacionales de Pescadores y Pescadoras Socialistas (Conppas), los cuales albergan 600 trabajadores aproximadamente en unas 260 embarcaciones.
Las mujeres que los integran hacen actividades de índole administrativas, al contrario de la población costera de Río Seco, en el municipio Miranda, por ejemplo, donde cerca de 300 mujeres conforman el Frente de Pescadoras.
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Más que la afectación del costo o escasez de la gasolina, estas zonas están en la primera línea del cambio climático, debido al aumento del nivel del mar por la ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos y por la degradación ambiental, desafíos que amenazan los ecosistemas, la supervivencia de las comunidades litoralenses y sus economías. Magdalena sabe muy poco de ciencia, pero los problemas los vive a diario y ha tenido que adaptarse y resistir.
A esa capacidad de hacer frente a los efectos, como consecuencia del cambio climático, es a lo que los expertos llaman resiliencia climática. En palabras sencillas, la resiliencia climática es un factor vital para que las comunidades, y de manera particular las mujeres, se adapten y prosperen frente a las crecientes amenazas.
El mar ha ido cambiando y ella lo sabe. Ya los manglares no son los mismos, se han perdido como barreras naturales, y su función como bosques costeros que brindan alimento y refugio a gran variedad de especies acuáticas, está afectada.
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Está consciente además de que también la intervención humana ha sido determinante en este proceso, así como la falta de políticas públicas para hacer frente a los riesgos derivados del clima en la zona, por efecto del calentamiento global.
El Informe Situación socioambiental de Venezuela 2021 del Observatorio de Ecología Política deja claro que Falcón fue uno de los 16 estados en los cuales se registraron denuncias sobre tala particular. En la zona es frecuente cortar árboles para cambios en el uso del suelo por la actividad agrícola y pecuaria.
Preservar manglares, corales, arrecifes y fondos marinos ayuda en la mitigación ante los desastres naturales que afectan las zonas costeras, afirmó Andrés Osorio especialista y oceanógrafo. El impacto del eje industrial, Puerto Cabello–Boca de Aroa, con los derrames de petróleo, también ejerce presión sobre el ecosistema y la línea litoral.
“Hemos vivido inundaciones y pasado momentos difíciles”. Magdalena menciona que nada ha sobrepasado la inundación de 2010: “Literalmente quedamos bajo el agua, sin servicios ni acceso a vías de penetración. El agua en mi casa subió más de un metro. Llegó hasta las ventanas ¡Era un caos!”.
En Falcón, “las lluvias no son tan frecuentes, pero cuando llegan se quedan y arrasan. Los años han pasado, pero nos estamos preparando hemos comenzado a rellenar los patios y los frente de las casas, construidos muros para aguantar el agua y hasta pequeñas plataformas para poder resguardar los enseres de las aguas”.
En este sentido, el estudio sobre la Contribución de los ecosistemas costeros a la adaptación climática y la gestión del riesgo de desastres en las Américas tropicales deja claro que las etapas de la gestión del riesgo de desastres son claves para la reducción de los mismos y la adaptación al clima. A la par, la degradación ambiental, se suman los derrames petroleros, se identifican como un importante factor impulsor de la vulnerabilidad.
Una evidencia de ello fue lo que ocurrió en las parroquias Chichiriviche, Tocuyo de la Costa y Boca del Tocuyo, en el eje nororiental falconiano en 2010, recuerda Magda, una mujer maltratada por el sol, con manos fuertes y ojos vivaces. “No dejaba de llover, y el agua caía desde las laderas de las montañas hasta rebasar el caudal de los ríos que se desbordaron y llenaron las calles, hasta unirse con el mar. Había barro por todos lados”.
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Doris, también residente de la población de Chichiriviche, madre de dos hijos adolescentes, cuenta de su trajinar cada vez que el mar se sale por marea de fondo o en tiempos de inundaciones.
Para nosotros es normal, comenta, tener el agua a la altura de los tobillos. Cada tres meses debemos estar cambiando las botas (forma de identificar los calzados deportivos) acá no vale la pena comprar zapatos de moda porque terminan llenos de barro.
Recuerda que en tiempos de anegaciones en la zona andan descalzos y con ropa de trabajo porque el agua puede subir a la rodilla y la cintura. Explica que cuando eso pasa, se convierten en el transporte de sus hijos.
“Nos los subimos en hombros y vamos a pie por todo la planicie hasta llegar a la escuela o a una zona donde alguien pueda darnos la cola para llegar a la escuela, el ambulatorio o el mercado”.
Y en el camino, describe, pueden encontrarse con una enorme cantidad de desechos sólidos puesto que el relleno sanitario de Chichiriviche está muy cerca de la playa en el sector Los Cocos y en época de lluvia es normal que la basura “navegue por las calles”.
Once años antes del evento de 2010, ya se advertía a las autoridades de la necesidad de tomar medidas y ejercer políticas de gobernanza desde las comunidades costeras para poder hacer frente al cambio climático, expresa la antropóloga Blanca Isabel De Lima en su investigación sobre la Vulnerabilidad ante desastres: la experiencia venezolana del Proyecto Previn en el estado Falcón.
“De haberse llevado a cabo un plan, habría supuesto los primeros pasos hacia la adaptación y mitigación de las inundaciones en las zonas con alto riesgo ambiental”, según la investigación De Lima.
En las comunidades no hay mucha preparación para afrontar los efectos negativos del cambio climático. Aún así, Magdalena y Doris saben lo que significa vivir en las costas: lluvias torrenciales que pueden anegar sus lugares de residencia porque están por debajo o al ras del nivel del mar.
La ambientalista, Victoria González, de la ONG Azul Ambientalista, recuerda cómo reaccionaron las comunidades antes eventos de gran magnitud como los de 2010 en poblaciones del estado Falcón como El Bagre, Perozo y Flamenco. “Al tener la certeza que Caño El Estero iba a inundar la zona, pusieron sus pertenencias sobre andamios improvisados. De esta forma, las pérdidas fueron menores”.
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Sin embargo, la ausencia de Planes de Adaptación ha aumentado la vulnerabilidad, principalmente en los asentamientos informales de Boca de Tocuyo, Flamenco, Sabana Grande, Aeropuerto, Tocuyo, El Alto, Casa de zinc, Blanquillo, Tibana, Granjas Marite, Sanare, los cuales quedaron completamente inundados, en esa misma ocasión.
Tampoco hay educación a la ciudadanía ni planes de adaptación para saber qué se debe hacer frente al cambio climático, que según los expertos se debe a las actividades humanas que amenazan la vida en la Tierra tal como la conocemos. “Con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, el cambio climático evoluciona a un ritmo mucho más rápido de lo previsto. Sus efectos pueden ser devastadores y pueden provocar fenómenos meteorológicos extremos y cambiantes, así como la subida del nivel del mar”, se lee en el portal de las Naciones Unidas en relación con el Objetivo 13 de los ODS.
El cambio climático está alterando las economías nacionales y afectando a las distintas vidas y medios de subsistencia de muchas personas, especialmente las más vulnerables, como la vida de Magdalena, quien asegura no conocer ningún programa que le enseñe a cómo actuar ante eventos naturales es decir, no hay un plan de respuesta ni de un sistema de alerta temprana (SAT) local que les permitan afrontar o mitigar los daños causados por los desbordamientos.
“La respuesta que tenemos es permanecer el mayor tiempo posible y rogar para que no se desborden los ríos ni el mar se salga”.
Al respecto, fuentes del Ministerio de Ecosocialismo han destacado que no existe un plan de prevención de control de riesgos, resiliencia y mitigación en la entidad en ninguna de las zonas costeras de la región.
Ciertamente, el país está rezagado en materia de planes de adaptación y mitigación, no hay tampoco planes de educación para la resiliencia climática, como parte de una política oficial y tampoco quien enseñe lo básico. En octubre de 2024, la FAO informó que el gobierno nacional estaba dando los primeros pasos para el diseño del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático en los sectores de la agricultura, la pesca y los recursos hídricos. Esta acción, como hemos dicho, se ha retrasado significativamente en la adecuación a la Agenda 2030 y otros compromisos internacionales asumidos por el Estado venezolano.
Isabel Olivares y otros investigadores sobre riesgos climáticos, resiliencia y adaptación en sistema costeros, afirman que la resiliencia de los sistemas costeros suele ser suficiente para hacer frente a la variabilidad climática típica y adaptarse a ella, pues existe una necesidad cada vez mayor de fomentar la capacidad adaptativa, ampliar las opciones de adaptación y reducir su exposición y vulnerabilidad a fenómenos meteorológicos extremos, además de minimizar las prácticas insostenibles de gestión de recursos para mejorar la resiliencia de los sistemas costeros y sus comunidades.
La falta de compromiso, por parte del Estado venezolano, ralentizan la acción por el clima, el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 13, de la Agenda 2030, y que afecta el fin de la pobreza, la reducción de desigualdades, hambre cero, por citar varios de un conjunto de objetivos que el 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron para proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible.
La recopilación de una data diferencia sobre mujeres, niños y adolescentes, al igual que indígenas e integrantes de la comunidad LGTBI afectados por los eventos climáticos en Venezuela, es parte de las tareas claves para ampliar su protección. Estos datos son esenciales para la formulación de un plan nacional de adaptación al cambio climático, una tarea que sigue pendiente en el país desde hace más de una década.
La adaptación al cambio climático debe entenderse más como un proceso de aprendizaje social, que como una serie de intervenciones específicas realizadas por los gobiernos. En tal sentido, la misma debe ayudar a las personas a tomar decisiones informadas sobre sus vidas y medios de subsistencia que sean afectados, aumentar su resiliencia frente a los cambios y potenciar sus capacidades para generar respuestas adecuadas ante los cambios en su entorno.
Magdalena expresa: “No nos queda otra, —con una sonrisa entre melancólica y fingida— que salir adelante”. Cada mañana se levanta temprano para alimentar, junto a su compañero, a cuatro hijos, ya algo crecidos. “Hacemos de todo un poco, pero como la comunidad es turística también trabajamos con la venta de sombreros, comidas, agua, y cualquier cosa que nos permita vivir, somos prestadores de servicios.
“La verdad, hacemos lo que sabemos y lo que nos ha funcionado hasta ahora: la que puede salir de su casa durante un evento lo hace, protege lo que tiene y se cuida así misma y la que no a esperar que baje la marea”, relató.
Este trabajo forma parte del ciclo de participación de un grupo de periodistas becarios dentro del proyecto que adelanta Clima21: “Caminos hacia la resiliencia climática”, el cual busca incidir con acciones urgentes en las políticas públicas nacionales para la protección de las poblaciones más vulnerables al cambio climático.