Los ecosistemas cambian: ¿la política se adapta?

Los procesos socioecológicos son lentos y no siempre comprensibles inmediatamente. La política, en cambio, debe actuar y mostrar resultados a corto plazo. Esta discordancia produce errores y conflictos. ¿Cómo encararlos en forma responsable y eficiente?

Manfred Steffen

Tomado de Diálogo Político. Para ir a la fuente original marcar aquí

Una función de la política es administrar expectativas diferentes y a veces contrapuestas. El acceso a los servicios ecosistémicos es un buen ejemplo de posibles conflictos entre diferentes intereses. Una laguna, por ejemplo, puede ser un excelente lugar para deportes náuticos y pesca, para abrevar ganado, para obtener agua potable o para construir hoteles o viviendas a lo largo de sus costas. Sin embargo, según el destino que quiera darse al agua de la laguna, será necesario un manejo diferente. Esto comprende al agua, a los humedales costeros, los afluentes y toda el área de la cuenca. Aunque esto no sea evidente, urbanizaciones o actividades agropecuarias cercanas al agua pueden afectar irreversiblemente su calidad para uso humano.

Estos resultados negativos, por cierto indeseados, no son inmediatos. Por el contrario, se manifiestan en forma diferida. A corto plazo un determinado emprendimiento significa crecimiento económico, fuentes de trabajo directas y crecimiento en la zona. Sin embargo, es posible que a mediano o largo plazo las consecuencias de esa actividad afecten otros usos de los ecosistemas. Esto presenta un problema a los tomadores de decisión de la política. ¿Cómo incorporar eventuales consecuencias negativas de un emprendimiento en los procesos de toma de decisión?

El agua potable

Nuestra vida y nuestros hábitos de consumo se basan en supuestos. Así como todos los días sale el sol, saldrá agua potable de la canilla, habrá verduras frescas en el mercado y podremos dar un apretón de manos o un abrazo a nuestros seres queridos. Últimamente, el cambio climático y la pandemia de covid-19 nos mostraron que los supuestos en que se basa nuestra normalidad pueden tambalear. El entorno que consideramos seguro y que aparentemente siempre nos proveerá de lo que necesitamos puede cambiar rápida e inesperadamente. «Los extremos se caracterizan por el hecho de ser imprevistos», afirma el investigador Reimund Schwarze, de la Asociación Helmholtz. Necesitamos estar preparados para nuevos e inéditos desafíos.

Volviendo al ejemplo de la laguna: ¿nos sirve analizar el problema? Las causas del colapso pueden incluir el exceso de materia orgánica o la contaminación resultante de diferentes actividades en la costa o la cuenca. Una sequía o la disminución del caudal por extracciones directas o de los afluentes pueden agravar el fenómeno. Este deterioro de la calidad del agua implica la necesidad de incorporar costosos procesos de potabilización mediante filtros u otros sistemas. En el peor de los casos, la laguna en su totalidad puede dejar de ser apta para su función de proveer agua potable. Actividades que a corto plazo resultaron económicamente beneficiosas pueden generar costos importantes para mitigar los resultados imprevistos. El gran desafío es incorporar dichos costos desde el comienzo.

La descrita discordancia entre la escala temporal de los procesos ecológicos y la escala de la organización social vinculada a los procesos de toma de decisiones constituye un desafío enorme a la política. Por un lado, está la presión por mostrar resultados en forma de actividad económica. Por el otro, están los efectos no deseados de dichos emprendimientos sobre los ecosistemas.

Control ciudadano sobre los ecosistemas

El sistema democrático republicano permite, luego de un período de gobierno, que el soberano se exprese mediante el voto. Entonces, los políticos serán premiados o enviados a la oposición por los electores. La decisión electoral se tomará con base en la valoración de los logros del ejercicio del cargo, en el caso de Uruguay, durante los últimos cinco años. Las consecuencias a largo plazo y sus costos probablemente no sean tomados en cuenta.

El problema es que los cambios en los sistemas socioecológicos son relativamente lentos, por lo que escapan a la capacidad de percepción humana. La vida humana se desarrolla en cierta escala temporal. No estamos adaptados para ver en detalle procesos naturales demasiado rápidos, por ejemplo, el movimiento de las alas de un picaflor. Algo similar sucede con los procesos lentos. No somos capaces de percibir el continuo deterioro de una laguna, de un bosque, de una playa. Esto es un desafío para los procesos de toma de decisión.

¿Cómo incorporar estos lentos cambios, tal vez de décadas o siglos, en procesos de decisión que deben ser tomados urgentemente? ¿Cómo evaluar la gestión política teniendo en cuenta las consecuencias a largo plazo de decisiones positivas a corto plazo?

Desafío a los partidos políticos

No hay recetas infalibles para evitar las consecuencias negativas en los ecosistemas por actividades económicamente redituables a corto plazo. Los estudios de impacto ambiental y las instancias de participación ciudadana que comprenden son un importante paso adelante. Sin embargo, las urgencias sociales y las de los políticos obligados a mostrar resultados concretos, atentan contra su eficacia. Esto lleva a descartar los riesgos y finalmente a externalizar los costos asociados.

Los partidos políticos están llamados a cambiar esta forma de funcionamiento si pretenden seguir siendo los protagonistas de los procesos de toma de decisión de lo público. Para esto deben incorporar en sus propuestas electorales estos problemas y las propuestas de solución. Pero fundamentalmente deben asumir el liderazgo, lo que implica a veces iluminar un camino tortuoso y lleno de escollos.

El cambio climático ya no es una amenaza: es una realidad comprobable. Los ríos en Europa, el derretimiento de los glaciares, las inundaciones en Asia son ejemplo de estos eventos climáticos cada vez más frecuentes e intensos. Ponen a prueba la infraestructura, la seguridad de los ciudadanos y la disponibilidad de bienes y servicios de los ecosistemas.

Lo que ayer era obvio, mañana puede que no lo sea más. Debemos aprender a navegar la incertidumbre. El éxito de los partidos políticos no puede basarse en promesas que cada vez más serán desafiadas por un clima cambiante y a menudo hostil. Es imperioso un sinceramiento. El tiempo transcurre, nos esperan desafíos difíciles. Las promesas de bienestar a corto plazo que no contemplen esto tendrán cada vez más las patas cortas.

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