Primero, mató al turismo. Después, alimentó la fiebre del oro
Por Mie Hoejris Dahl
Tomado de la ReVista Harvard Review of Latin America. Para ir a la fuente original marcar aquí
El Parque Nacional Canaima en el sur de Venezuela, salpicado de montañas de cimas planas y cascadas espectaculares, ha dependido durante mucho tiempo del ecoturismo para sostener su economía y la vida de las comunidades indígenas que viven allí. Pero con la llegada del Covid-19 en marzo de 2020, las ganancias del ecoturismo – que ya habían experimentado una disminución debido a la situación política de Venezuela – fueron aniquiladas prácticamente de la noche a la mañana. La minería del oro se ha convertido en la actividad dominante, amenazando rápidamente el vasto ecosistema y la vida de quienes extraen el oro.
En enero de 2022, fui a visitar este paraíso natural, con la esperanza de aprender más sobre el impacto del Covid-19 y la minería del oro. Recibí muchas advertencias de no ir debido a la represión política por parte del líder Nicolás Maduro, quien había seguido los pasos del PSUV de Hugo Chávez (la ONG venezolana, Foro Penal, contabilizó 238 presos políticos en febrero de 2022). Pero tomé medidas de precaución para ocultar mi investigación previa sobre Venezuela, incluyendo un artículo en ReVista, y decidí ir. Lo que aprendí me sorprendió.
El Parque Nacional Canaima, que limita con Guyana y Brasil en el suroeste de Venezuela, es el segundo más grande de los 43 parques nacionales del país, y el sexto parque nacional más grande del mundo. Cubre un área de tres millones de hectáreas – equivalente al tamaño de Bélgica.
Llegué a Canaima con dos objetivos en mente: profundizar mi aprendizaje sobre las consecuencias de la minería del oro y vivir la magia de este paraíso natural a través del ecoturismo. Un año y medio antes, durante una pasantía, aprendí mucho sobre las consecuencias ambientales y humanitarias de la minería del oro, pero sentía que aún faltaban algunas piezas del rompecabezas. Quería entender este fenómeno desde las perspectivas de los mineros y de las comunidades indígenas.
Preparándome para este viaje, hablé y mantuve correspondencia con más de 25 expertos en política pública, ecologistas, defensores de los derechos humanos, periodistas y habitantes de la zona que también compartieron sus puntos de vista. Muchos me dijeron que Canaima no sería el mejor lugar aprender sobre la minería del oro porque era, más que nada, un sitio turístico.
Y sí lo es, pero esta no es la historia completa.
Pasé la noche en el Salto Ángel, hice senderismo en el Tepuy Karavaina, nadé en el Pozo Azul, y escuché las hermosas melodías de la orquestra de jóvenes indígenas en las posadas turísticas. Vi de primera mano por qué Canaima es un verdadero paraíso, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1994. Me quedé fascinada con la cascada ininterrumpida más alta del mundo, el Salto Ángel, que mide 3,212 pies (979 metros). Las especies de plantas y animales endémicas de esta región no existen en ningún otro lado de la Tierra. No sorprende que Canaima haya inspirado películas como Up de Disney o la novela El Mundo Perdido de Sir Arthur Conan-Doyle.
Pero también experimenté un lado más oscuro de Canaima.
Los paraísos turísticos de Canaima eran una sombra de su pasado. Cuando llegó el Covid-19, el parque ya había cerrado una vez debido a una crisis humanitaria en el país, lo que obligó a la gente dejar el turismo e irse a las minas. Antes de la pandemia de Covid-19, la única aerolínea que volaba a Canaima era Conviasa, propiedad del régimen, pero esta ruta dejó de operar en marzo 2020. Eso mató los últimos remanentes del turismo de Canaima por otros 10 meses. Con los turistas se fueron el trabajo y los salarios.
Los indígenas de Canaima tenían pocas opciones. Podrían recurrir a formas de vida más tradicionales en la agricultura, un cambio que es difícil de hacer rápidamente, o podrían ir a las minas. Casi todos hicieron lo segundo.
El oro y otros minerales preciosos se extraen del sur de Venezuela desde hace décadas. Varios guías y lugareños compartieron la leyenda de cómo el oro fue descubierto en Canaima en la década de 1920 por un geólogo estadounidense llamado J. R. McCracken. Se dice que le pagó 5,000 dólares (una cantidad increíble en aquella época) a un piloto llamado Jimmie Angel para que le llevara a un tepuy (meseta) sin más explicaciones. Jimmie Angel accedió con escepticismo esperar a McCracken hasta el atardecer. Cuando McCracken regresó, llevaba bolsas cargadas de oro, según el relato.
Aunque el oro se ha extraído en Canaima durante décadas, la minería del oro se aceleró como actividad económica importante durante los últimos 11 años. Esto sucedió en varias etapas. En 2015, Maduro eliminó el Ministerio del Ambiente. Al año siguiente, en contravención de las leyes nacionales, creó “el Arco Minero del Orinoco”, una zona de desarrollo estratégico para la minería, con un área más grande que el territorio de Cuba. El colapso de la industria petrolera de Venezuela a partir de 2014 presionó al país para encontrar nuevas fuentes de ingresos, lo que llevó a un aumento sin precedentes en las actividades de minería de oro. Ahora, el aumento del Covid-19 se convirtió en otro incentivo que hizo que la minería de oro fuera aún más prominente.
El Covid-19 no solo mató a personas, sino también a un ecosistema y una forma de vida
Cada vez que hay una nueva fiebre del oro – como la que se produjo como resultado de la crisis de Covid-19 – Canaima se aleja un paso más de su patrimonio natural y cultural. Un operador turístico de Canaima me dijo que muchos miembros de la comunidad han sido consumidos por la fiebre del oro: “La minería se convierte en una adicción. Una vez que vas allí, nunca te vas. Nunca. Sigues regresando ‘por un poco más de oro’. Realmente, es una fiebre del oro”. El resultado es como el de las fiebres del oro a lo largo de la historia. Algunos tienen suerte. Otros terminan en la quiebra.
Le pregunté a un minero indígena qué era lo más difícil de trabajar en las minas. Respondió rápidamente, “¿Lo peor? Trabajar gratis”. Los propios mineros me dijeron que a veces podían trabajar durante semanas sin encontrar oro y, por tanto, sin pago. La minería también puede ser peligrosa. Un joven minero relató: “Sabes, yo estaba allí cuando se murió un chamo. El suelo se derrumbó sobre él. Intentamos sacarlo, pero no fue posible”
La fiebre del oro ha intensificado la destrucción del medio ambiente, los daños a las comunidades indígenas y los problemas de salud.
El medio ambiente es afectado de varias maneras. El mercurio, una sustancia química ilegal utilizada para recoger oro, envenena los cuerpos de agua y libera vapores tóxicos en el aire, poniendo en peligro a los seres humanos, los animales y las plantas. Vastas áreas verdes son deforestadas para abrir espacio para las minas a cielo abierto. Esto significa que especies raras como las ranas de labios blancos y las orquídeas endémicas pierden sus hábitats naturales. La deforestación también puede provocar la desertización, la erosión del suelo, las inundaciones y la alteración de los ecosistemas. En su conjunto, la minería del oro crea un ecocidio sin precedentes.
Y la comunidad local lo sabe. Una persona indígena, que había denunciado la minería por razones ambientales, describió cómo se sentía cuando iba a las minas: “Me dio miedo. Sentí que estaba matando mi propia tierra. Y que tenía que hacerlo para poder comer. Había mucha tristeza, porque lo que estábamos haciendo allí no era bueno”.
Los indígenas no son tradicionalmente mineros, y muchos de ellos carecían por completo de experiencia cuando llegaron a las minas. Hablé con un joven indígena minero que se había visto obligado a trabajar en las minas en octubre de 2020, después de la llegada del Covid-19. Me dijo, “Nunca me había imaginado ir a las minas. Nunca”. Cuando empezó, no sabía nada sobre cómo extraer oro, pero la gente lo ayudó a aprender. “Lo aprendí todo allí”, explicó. “Sabes, te dan algunos equipos para bucear bajo el agua y buscar oro. Empiezas con algunos de los chamos más experimentados, normalmente trabajando en equipos de tres, y siempre con una persona controlando el buceo desde arriba del agua”.
Las enfermedades relacionadas con la extracción de oro incluyen la contaminación por mercurio, ya que el mercurio se disuelve en el agua y se usa para recoger el oro. Las enfermedades transmitidas por mosquitos proliferan, ya que los cuerpos de agua abiertos son aptos para la proliferación de los insectos; Venezuela pasó de ser honrado como el primer país del mundo en erradicar la malaria en áreas densamente pobladas en 1961, a tener ahora la cuarta tasa de malaria más alta del mundo.
Además de todos estos desafíos, el Covid-19 golpeó a las comunidades de Canaima. Se desconoce el número de casos de Covid-19 en Canaima, tanto por la limitada recopilación e intercambio de información de Maduro, como por la falta de pruebas. Sin embargo, logré conversar con varias personas en Canaima que tuvieron Covid-19 – muestra de que el virus se extendió localmente en Canaima.
Entre todos los problemas a los que se han enfrentado, los pueblos indígenas que recurrieron a la minería de oro estaban más enfocados en la preocupación inmediata de llevar comida en la mesa para sus familias. La minería es una forma de conseguirlo. Un indígena, crítico de la minería del oro, habló de la importancia de la minería mientras el parque estaba cerrado: “Gracias a Dios, las minas estaban ahí. Porque si no, no habríamos tenido comida”.
Lo que más me llamó la atención en mi visita fue cómo todos los miembros de la comunidad se ven afectados por la minería del oro de alguna manera: líderes indígenas, operadores turísticos, guías turísticos, cocineros, limpiadores, artistas, pilotos y, por supuesto, los mineros del oro.
Un operador turístico declaró, “Casi todo Canaima fue allí” [a las minas de oro]. Cuando le pregunté a un guía a quién más podría entrevistar, mientras estaba sentado en una posada turística, él respondió, “Mira a tu alrededor, Mie, casi todos los que ves aquí han estado en las minas durante la pandemia”.
Un camino alternativo para Canaima
En Canaima, me di cuenta de que hay una brecha entre lo que había escuchado de los expertos en política pública y los medios de comunicación internacionales, y lo que podía ver y escuchar estando en Canaima. Antes de ir a Venezuela, había pasado mucho tiempo entrevistando a expertos e investigando sobre la minería ilegal de oro en el sur de Venezuela. Sin embargo, me sorprendió lo mucho que cambió mi comprensión de los problemas al visitar y hablar directamente con la población local.
Por ejemplo, llegué con la idea de que sería difícil encontrar gente vinculada a la minería del oro en el turístico Parque Nacional de Canaima. Resultó que casi todo el mundo lo era. Llegué pensando que la intensidad de la producción había aumentado durante el Covid-19. Pero no había imaginado que casi todo un pueblo había buscado oro. Pensaba que los indígenas iban a las minas de oro para ganar más dinero allí que en otros lugares. No sabía que la minería de oro era de sus últimas y únicas opciones para sobrevivir a la pandemia, y que a veces no ganaban nada.
Los indígenas son quienes extraen el oro en Canaima, pero también quienes pagan el precio más alto por ello. Observan sus tradiciones, cultura y sustento desvanecerse. Algunos indígenas critican el trabajo de las ONG ambientales locales, diciendo que: “Sólo critican. Necesitamos la atención internacional, pero no de una forma escandalosa”.
Resolver los problemas de la región exigirá mucho más que construir minas más limpias y seguras o aprobar nuevas leyes. Me pareció importante preguntar a los líderes indígenas, a los mineros y a los operadores turísticos qué ven como las soluciones posibles. Conocen los problemas mejor que nadie, por lo que seguramente también tienen una valiosa visión de lo que hay que cambiar. Los indígenas pidieron ayuda a la comunidad internacional para encontrar formas de sobrevivir, no solo complaciendo a los turistas, que van y vienen, o buscando riquezas destruyendo las tierras, sino diversificando su economía. Por ejemplo, al desarrollar la agricultura, las artesanías indígenas y los observatorios de aves, Venezuela y la comunidad internacional pueden expandir el turismo de la región y preservar una cultura de 10,000 años de antigüedad.
Como me dijo un indígena, “La naturaleza es el mayor potencial que podría tener Venezuela. Debemos protegerla.”